martes, 1 de junio de 2010

CAUTIVIDAD

(Publicado con el permiso de la autora)

Cautividad

by ~ColibriNegro

Cautividad

La puerta estaba cerrada. Ya no recordaba absolutamente nada de lo que había tras pasar el umbral de aquella puerta que empezó a cerrarse hacía ya mucho tiempo.
Desde entonces, lo había olvidado todo, el color del cielo, el olor de las flores, la risa de los niños, las caricias, los nombres de las ciudades, incluso su nombre.
Todo lo que había detrás de la puerta no existía para ella.

Aquella habitación se había convertido en su hogar, el único sitio en el que se sentía a gusto. Pero a veces, sentía el irrefrenable deseo de salir e intentaba abrir la puerta. Cogía con las dos manos el pomo, con suavidad, y tiraba hacia sí o empujaba hacia fuera. Unas veces lograba abrir la puerta y retazos del mundo exterior se colaban y se pegaban en las incorpóreas paredes de su rincón. Coloreaban el techo de azul y le hacían recordar la caricia de la brisa marina. Escuchaba el canto de los pájaros, el susurro de los árboles, la voz de su persona amada… y el corazón se le hinchaba de nostalgia. Pero la puerta terminaba cerrándose otra vez y volvía a olvidarlo todo. Se sumergía de nuevo en su mundo de ensueño y jugaba con las cintas de colores que colgaban del aire cual niño despreocupado.

Pero cuando la puerta no se abría, gritaba enloquecida, maldecía como poseída por algún ente diabólico, destrozaba recuerdos olvidados que había ido cosechando inconscientemente, se desgarraba los ropajes invisibles, sangraba…
Luego caía de rodillas y le lloraba a la puerta, arañándola con desesperación y suplicándole que se abriera, pero el pedazo de roble pulido no cedía un milímetro.
Entonces se tumbaba en el suelo abatida y, respirando con dificultad, recomponía su pequeño mundo con una paciencia infinita.

De vez en cuando, fantasmas desconocidos para ella se paseaban por la habitación y le hacían compañía. Hablaban con ella en un idioma que ya no entendía, pero los observaba con atención y curiosidad. Sabía que no eran malos porque sonreían con un profundo cariño al que no sabía corresponder.

Pero una vez apareció el fantasma de un joven y se quedó quieto en medio de la habitación. Sus miradas se encontraron…

El chico sonreía como los demás fantasmas y le decía cosas incomprensibles que llegaban a sus oídos como caricias, despertando en su memoria un vago recuerdo desgastado. Y cuando el joven fantasmal se acercó y acarició con su lechosa mano su rostro algo dentro de ella despertó y se encontró en el mundo exterior acompañada de aquel joven y otros fantasmas sonrientes.

Sonrió feliz porque sabía quienes eran, porque había vuelto, aunque echaba demasiado de menos su habitación como para quedarse para siempre en el mundo exterior.

Lo último que vio antes de que la puerta se volviera a cerrar fueron las lágrimas de aquel joven al que jamás volvería a ver paseando por su habitación.

28/07/09
Cristina Carrión Rodríguez

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